El Constructor de "El Aguila"       

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Cuentos de Viento y de Mar - Carátula

Cuentos de Viento y de Mar

Un libro delicioso e imperdible que rescata "la memoria de Atlántida"

Agradecemos a Rosario Infantozzi Durán, su autora, el permitirnos reproducir algunos capítulos entrañables para compartirlos con Uds.

¡Por fin!... ¡No podía creer en mi buena suerte!... Iba a terminar con las especulaciones y las fantasías y me iba a enfrentar con la verdad... ¡qué emoción!...

En este estado de ánimo llegué a lo de Juan Torres y toqué el timbre, con un block de taquigrafíay dos o tres biromes en mi cartera. Unos pasos lentos se acercaron a la puerta y un hombre mayor, de cabellos grises y mirada triste me recibió muy amablemente. Me hizo pasar, me instaló en un cómodo sillón y sólo cuando, por fin, se sentó frente a mi descubrí que la mirada no era triste, pero tampoco era mirada. Juan Torres estaba casi ciego.-

 

Después de un buen rato de preámbulo, en el que hablamos de mi padre, que Torres conocía y recordaba con mucho cariño, de amigos comunes, del tiempo, de la cantidad de turistas que habían venido este verano pero que no gastaban nada y de lo mal administrado que estaba el balneario llegamos... ¡por fin!... al tema que me había llevado allí. Con el corazón palpitante, hice mi primera pregunta, la más simple y la más difícil :

 

- "Don Juan... ¿Que es realmente El Aguila?" - ¿fué sólo una impresión fugaz o sus ojos casi ciegos relampaguearon con vida nueva?

- "¿El Aguila?... No es nada de lo que Ud. imagina o de lo que la gente cree" - me contestó, con la brusquedad del médico que hace el diagnóstico de un mal incurable o del sabio, harto de escuchar mil veces la misma pregunta estúpida de un alumno estúpido.-

- "¿Y que es entonces?"

- "Un capricho... nada más que un capricho de un hombre muy especial... una idea muy simple que se fué transformando en una quimera... sólo eso. Natalio Michelizzi, quien fué prácticamente el inventor de este balneario, me pidió que le edificara en el fondo del jardín de su casa llamada "El Barranco" -que lindaba con la playa- un nicho de dos metros por dos, para colocar allí una Virgencita que pensaba traer de Buenos Aires y que jamás llegó... un nicho... una urna... una especie de capillita... un lugar, como decía él "para que las mujeres se saquen las ganas de poner flores y prender velas".-

Me quedé de una pieza. ¿Que me estaba diciendo este hombre?... ¿mi famoso refugio nazi... mi romántico escondite de piratas y contrabandistas... mi misterioso cuarto secreto... convertidos de un plumazo en una inocente capillita?... Yo no estaba dispuesta a que nadie me derrumbara el castillo de fantasías que se había ido construyendo a lo largo de los años y que alimentaba el folklore local. Yo quería la confirmación de todo lo fantástico, de todo lo mágico que habíamos imaginado tantas veces cuando cuchicheábamos -jugando a asustarnos- en la oscuridad de nuestro cuarto infantil. Pero... ¿esto? ¡de ninguna manera!... ¿esto no!...

 

- "¿Está seguro, Torres? -pregunté, desesperada- ¿no será que a Ud. no le decían las cosas como eran para no involucrarlo en algo turbio?"

- "Mi querida Rosario... ya veo que Ud. ha escuchado los rumores que corren por ahí sobre esa construcción. Por eso, para empezar, creo que es justo que Ud. conozca un pequeño y a la vez inmenso detalle... ¿Ud. sabe cuando terminó la Segunda Guerra Mundial?"

- "¡Claro!... fué en abril de 1945."

- "Pues entonces... mal podía ser El Aguila un refugio nazi cuando Michelizzi me encargó la construcción de la famosa capillita el primero de agosto de 1945, el mismo día en que Rodolfo Lastreto -el hijo de la señora Marcela- cumplía la mayoría de edad y en que él daba una gran fiesta en el Hotel Planeta para festejar el acontecimiento... ¿se da cuenta?... la guerra ya había terminado antes de que yo empezara a construirla..."

Volví a quedarme muda. Los minutos pasaban y el silencio era cada vez más ominoso.-

- "Ud. vino aquí para que yo le contara la verdad, ¿no es así? -me rezongó suavemente- ¿y ahora no quiere oirla?".-

- "Discúlpeme -conseguí articular, avergonzada- no quise ser grosera ni desagradecida pero es que ese lugar tiene para todos nosotros tanta magia... no puedo creer que no haya sido más que una capillita."

- "No sea apurada... esa magia de la que Ud. habla está... pero ¿porqué no pensar que fué el propio Michelizzi el que la puso allí...?"

La idea de un romántico fantasma impregnando de fantasía su propia casa me atrapó inmediatamente. Se ve que Torres presintió el renacimiento de mi entusiasmo, porque

- "¿quiere que le siga contando?..." -me preguntó.-

- "Por favor..."

- "Michelizzi, un napolitano fantástico, me pidió ese día que le construyera un nicho de dos metros por dos. Nos fuimos caminando los dos para el fondo de la casa a un monte que daba contra la playa y allí, en medio de los árboles, elegimos el lugar para hacer la capillita. Cuando íbamos llegando de vuelta a la casa, la señora Marcela, que era muy desconfiada, nos preguntó:

- "¿Que vienen tramando ustedes dos?"

- "¡No te quedes chico!" -me dijo entonces Michelizzi en voz bien baja para que ella no lo oyera. Así dijo y cuando él decía "hacelo así", había que hacerlo así. El quería las cosas siempre más grandes de lo que podía. En ese momento se me vino a la mente la posibilidad de que quisieran hacer un altar adentro, así que me dije:

- "Yo la hago grande y después ellos que hagan adentro lo que quieran" de modo que hice una habitación de cuatro metros por cuatro y con techo a cuatro aguas. Cuando él volvió -porque vivía en Buenos Aires con su verdadera esposa- y se encontró con la habitación pronta, le gustó y me pidió que le abriera una arcada a un costado y le agregara un dormitorio... Lo hice tal como me había pedido... Se imaginó entonces que era un buen sitio para recibir amigos y quiso una cocinita y un baño... También se los hice. Cuando el edificio estuvo pronto se quedó un largo rato mirándolo en silencio. Después me dijo:

- "Que te parece, Torres, si ahora me hacés un águila encima?"

- "¿Una qué?" -le contesté anodadado.

- "Un águila... y recubierta de piedras, para que parezcan plumas". Y se fué.

En una empresa que tenía más de escultura que de arquitectura, armé sobre el techo a cuatro aguas una especie de molde de madera con la forma de la cabeza de un águila, lo forré por dentro con piedra, desplegué el hierro y volqué el hormigón. Dejé que fraguara y, al retirar la madera ¡allí estaba el águila!"

En ese momento la expresión de Juan Torres era de enorme felicidad. Parecía estar mirando dentro de sí una visión que le devolvía  juventud y energía.-

- "Como el águila era hueca -continuó rememorando- saqué una escalerita de ladrillos desde un costado del bañito y construí encima una especie de camarote con ventanas al frente y los lados y una puerta de salida a lo que era la parte superior del pico curvo. Cuando Michelizzi vió aquello quedó encantado, porque sobresalía por encima de las copas de los árboles y desde allí se tenía una vista asombrosa de toda la Ensenada de Santa Rosa, como le llamaban a este lugar antes de que llegaran los doctores".-

- "¿Que doctores?" -pregunté asombrada.-

- "No se preocupe -atajó Torres, al ver mi cara de despiste- ésa es otra historia, que le voy a contar otro día".-

- "Está bien... ¿y entonces?" lo alenté para que continuara.-

- "Entonces le gustó tanto que me pidió:

- "Ahora, Torres, quiero que abajo me hagas un bote".-

- "¿Un qué?..." le pregunté desesperado.-

- "Un bote, una barca... ¿entendés?"

Y se fué otra vez, convencido de que yo, de alguna manera, me las iba a arreglar para cumplir con su deseo. Y lo hice. Le hice la barca que me pedía con bloques y hormigón. ¡Este Michelizzi me volvía loco!... Yo me entusiasmaba con las cosas que se le ocurrían, aunque sabía que después iba a llorar para llevarlas a cabo. Nunca teníamos planos. El sólo metía las manos en los bolsillos de su saco azul y daba órdenes".-

- "¿Podría dibujarme el plano de El Aguila para ver como era la disposición de las habitaciones?"

- "Imposible... no veo nada... todo lo tengo aquí -y se tocaba la frente- pero no puedo dibujar nada".

Y se quedó un buen rato silencioso.-

- "¿Y entonces...? repetí yo, sin ninguna originalidad, para romper el silencio.-

- "Bajo mi dirección y con la habilidad y buena voluntad de la gente que trabajaba para mi, fué modelada la forma de la borda. El piso de la imaginaria embarcación se convirtió en una gran terraza a la que se accedía por una puerta que abrimos en la garganta del águila. Una escalerita de ladrillos descendía desde esa terraza hasta las entrañas del bote, donde construímos una habitación que después se utilizó como bar. Tenía dos ventanitas en forma de ojo desde las que uno miraba hacia afuera y veía sólo mar, lo que daba la sensación de estar embarcado. La proa terminaba en dos agujas de hormigón, que simulaban la boca abierta de un delfín. Rudi Wolmut, un pintor polaco que trabajaba en el Hotel Planeta, decoró las paredes del bar con tiburones y toda clase de bichos marinos y pintó las piedras con tanto realismo que parecían plumas de verdad".-

- "Para que se usaba realmente El Aguila, Don Juan" -volví porfiadamente a la carga.-

- "Para leer... para pintar... para recibir amigos y tomar copetines... para ver la puesta del sol... ¡para tantas cosas!... A ellos les gustaba sentarse allí y sentirse como reyes en su palacio, alejados de la gente... y sobre todo de la lengua de la gente... ¡Pero esa sí que es otra historia...!"

Cuentos de Viento y de Mar - Historias de Atlántida

Rosario Infantozzi

Atlántida - Uruguay - C.P. 16000 - Telefax: (598-37)  20287

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