¡Por
fin!... ¡No podía creer en mi buena suerte!... Iba a terminar
con las especulaciones y las fantasías y me iba a enfrentar con
la verdad... ¡qué emoción!...
En
este estado de ánimo llegué a lo de Juan Torres y toqué el
timbre, con un block de taquigrafíay dos o tres biromes en mi
cartera. Unos pasos lentos se acercaron a la puerta y un hombre
mayor, de cabellos grises y mirada triste me recibió muy
amablemente. Me hizo pasar, me instaló en un cómodo sillón y
sólo cuando, por fin, se sentó frente a mi descubrí que la
mirada no era triste, pero tampoco era mirada. Juan Torres estaba
casi ciego.-
Después
de un buen rato de preámbulo, en el que hablamos de mi padre, que
Torres conocía y recordaba con mucho cariño, de amigos comunes,
del tiempo, de la cantidad de turistas que habían venido este
verano pero que no gastaban nada y de lo mal administrado que
estaba el balneario llegamos... ¡por fin!... al tema que me
había llevado allí. Con el corazón palpitante, hice mi primera
pregunta, la más simple y la más difícil :
-
"Don Juan... ¿Que es realmente El Aguila?" - ¿fué
sólo una impresión fugaz o sus ojos casi ciegos relampaguearon
con vida nueva?
-
"¿El Aguila?... No es nada de lo que Ud. imagina o de lo que
la gente cree" - me contestó, con la brusquedad del médico
que hace el diagnóstico de un mal incurable o del sabio, harto de
escuchar mil veces la misma pregunta estúpida de un alumno
estúpido.-
-
"¿Y que es entonces?"
-
"Un capricho... nada más que un capricho de un hombre muy
especial... una idea muy simple que se fué transformando en una
quimera... sólo eso. Natalio Michelizzi, quien fué
prácticamente el inventor de este balneario, me pidió que le
edificara en el fondo del jardín de su casa llamada "El
Barranco" -que lindaba con la playa- un nicho de dos metros
por dos, para colocar allí una Virgencita que pensaba traer de
Buenos Aires y que jamás llegó... un nicho... una urna... una
especie de capillita... un lugar, como decía él "para que
las mujeres se saquen las ganas de poner flores y prender
velas".-
Me
quedé de una pieza. ¿Que me estaba diciendo este hombre?... ¿mi
famoso refugio nazi... mi romántico escondite de piratas y
contrabandistas... mi misterioso cuarto secreto... convertidos de
un plumazo en una inocente capillita?... Yo no estaba dispuesta a
que nadie me derrumbara el castillo de fantasías que se había
ido construyendo a lo largo de los años y que alimentaba el
folklore local. Yo quería la confirmación de todo lo
fantástico, de todo lo mágico que habíamos imaginado tantas
veces cuando cuchicheábamos -jugando a asustarnos- en la
oscuridad de nuestro cuarto infantil. Pero... ¿esto? ¡de ninguna
manera!... ¿esto no!...
-
"¿Está seguro, Torres? -pregunté, desesperada- ¿no será
que a Ud. no le decían las cosas como eran para no involucrarlo
en algo turbio?"
-
"Mi querida Rosario... ya veo que Ud. ha escuchado los
rumores que corren por ahí sobre esa construcción. Por eso, para
empezar, creo que es justo que Ud. conozca un pequeño y a la vez
inmenso detalle... ¿Ud. sabe cuando terminó la Segunda Guerra
Mundial?"
-
"¡Claro!... fué en abril de 1945."
-
"Pues entonces... mal podía ser El Aguila un refugio nazi
cuando Michelizzi me encargó la construcción de la famosa
capillita el primero de agosto de 1945, el mismo día en que
Rodolfo Lastreto -el hijo de la señora Marcela- cumplía la
mayoría de edad y en que él daba una gran fiesta en el Hotel
Planeta para festejar el acontecimiento... ¿se da cuenta?... la
guerra ya había terminado antes de que yo empezara a
construirla..."
Volví
a quedarme muda. Los minutos pasaban y el silencio era cada vez
más ominoso.-
-
"Ud. vino aquí para que yo le contara la verdad, ¿no es
así? -me rezongó suavemente- ¿y ahora no quiere oirla?".-
-
"Discúlpeme -conseguí articular, avergonzada- no quise ser
grosera ni desagradecida pero es que ese lugar tiene para todos
nosotros tanta magia... no puedo creer que no haya sido más que
una capillita."
-
"No sea apurada... esa magia de la que Ud. habla está...
pero ¿porqué no pensar que fué el propio Michelizzi el que la
puso allí...?"
La
idea de un romántico fantasma impregnando de fantasía su propia
casa me atrapó inmediatamente. Se ve que Torres presintió el
renacimiento de mi entusiasmo, porque
-
"¿quiere que le siga contando?..." -me preguntó.-
-
"Por favor..."
-
"Michelizzi, un napolitano fantástico, me pidió ese día
que le construyera un nicho de dos metros por dos. Nos fuimos
caminando los dos para el fondo de la casa a un monte que daba
contra la playa y allí, en medio de los árboles, elegimos el
lugar para hacer la capillita. Cuando íbamos llegando de vuelta a
la casa, la señora Marcela, que era muy desconfiada, nos
preguntó:
-
"¿Que vienen tramando ustedes dos?"
-
"¡No te quedes chico!" -me dijo entonces Michelizzi en
voz bien baja para que ella no lo oyera. Así dijo y cuando él
decía "hacelo así", había que hacerlo así. El
quería las cosas siempre más grandes de lo que podía. En ese
momento se me vino a la mente la posibilidad de que quisieran
hacer un altar adentro, así que me dije: -
"Yo la hago grande y después ellos que hagan adentro lo que
quieran" de modo que hice una habitación de cuatro metros
por cuatro y con techo a cuatro aguas. Cuando él volvió -porque
vivía en Buenos Aires con su verdadera esposa- y se encontró con
la habitación pronta, le gustó y me pidió que le abriera una
arcada a un costado y le agregara un dormitorio... Lo hice tal
como me había pedido... Se imaginó entonces que era un buen
sitio para recibir amigos y quiso una cocinita y un baño...
También se los hice. Cuando el edificio estuvo pronto se quedó
un largo rato mirándolo en silencio. Después me dijo: -
"Que te parece, Torres, si ahora me hacés un águila
encima?" -
"¿Una qué?" -le contesté anodadado. -
"Un águila... y recubierta de piedras, para que parezcan
plumas". Y se fué. En
una empresa que tenía más de escultura que de arquitectura,
armé sobre el techo a cuatro aguas una especie de molde de madera
con la forma de la cabeza de un águila, lo forré por dentro con
piedra, desplegué el hierro y volqué el hormigón. Dejé que
fraguara y, al retirar la madera ¡allí estaba el águila!" En
ese momento la expresión de Juan Torres era de enorme felicidad.
Parecía estar mirando dentro de sí una visión que le
devolvía juventud y energía.- -
"Como el águila era hueca -continuó rememorando- saqué una
escalerita de ladrillos desde un costado del bañito y construí
encima una especie de camarote con ventanas al frente y los lados
y una puerta de salida a lo que era la parte superior del pico
curvo. Cuando Michelizzi vió aquello quedó encantado, porque
sobresalía por encima de las copas de los árboles y desde allí
se tenía una vista asombrosa de toda la Ensenada de Santa Rosa,
como le llamaban a este lugar antes de que llegaran los
doctores".- -
"¿Que doctores?" -pregunté asombrada.- -
"No se preocupe -atajó Torres, al ver mi cara de despiste-
ésa es otra historia, que le voy a contar otro día".- -
"Está bien... ¿y entonces?" lo alenté para que
continuara.- -
"Entonces le gustó tanto que me pidió: -
"Ahora, Torres, quiero que abajo me hagas un bote".- -
"¿Un qué?..." le pregunté desesperado.- -
"Un bote, una barca... ¿entendés?" Y
se fué otra vez, convencido de que yo, de alguna manera, me las
iba a arreglar para cumplir con su deseo. Y lo hice. Le hice la
barca que me pedía con bloques y hormigón. ¡Este Michelizzi me
volvía loco!... Yo me entusiasmaba con las cosas que se le
ocurrían, aunque sabía que después iba a llorar para llevarlas
a cabo. Nunca teníamos planos. El sólo metía las manos en los
bolsillos de su saco azul y daba órdenes".- -
"¿Podría dibujarme el plano de El Aguila para ver como era
la disposición de las habitaciones?" -
"Imposible... no veo nada... todo lo tengo aquí -y se tocaba
la frente- pero no puedo dibujar nada". Y
se quedó un buen rato silencioso.- -
"¿Y entonces...? repetí yo, sin ninguna originalidad, para
romper el silencio.- -
"Bajo mi dirección y con la habilidad y buena voluntad de la
gente que trabajaba para mi, fué modelada la forma de la borda.
El piso de la imaginaria embarcación se convirtió en una gran
terraza a la que se accedía por una puerta que abrimos en la
garganta del águila. Una escalerita de ladrillos descendía desde
esa terraza hasta las entrañas del bote, donde construímos una
habitación que después se utilizó como bar. Tenía dos
ventanitas en forma de ojo desde las que uno miraba hacia afuera y
veía sólo mar, lo que daba la sensación de estar embarcado. La
proa terminaba en dos agujas de hormigón, que simulaban la boca
abierta de un delfín. Rudi Wolmut, un pintor polaco que trabajaba
en el Hotel Planeta, decoró las paredes del bar con tiburones y
toda clase de bichos marinos y pintó las piedras con tanto
realismo que parecían plumas de verdad".- -
"Para que se usaba realmente El Aguila, Don Juan"
-volví porfiadamente a la carga.- -
"Para leer... para pintar... para recibir amigos y tomar
copetines... para ver la puesta del sol... ¡para tantas cosas!...
A ellos les gustaba sentarse allí y sentirse como reyes en su
palacio, alejados de la gente... y sobre todo de la lengua de la
gente... ¡Pero esa sí que es otra historia...!" Cuentos
de Viento y de Mar - Historias de Atlántida Rosario
Infantozzi |